Bolonia, Mercado de Trabajo y Populismo

El último informe de enero del Observatorio de las Ocupaciones del Servicio Público de Empleo Estatal sobre el mercado de trabajo de personas tituladas pone de manifiesto que todavía es pronto para que se hagan sentir los efectos del Plan Bolonia. El mercado todavía sigue decantándose por los licenciados frente a los grados.

Efectivamente el trayecto ha sido largo, complejo y quizás la forma en que se ha implementado ha creado más confusión que certidumbre como apuntaba acertadamente el que fuera rector de la Universidad del Pais Vasco, Pello Salaburu. No se pueda afirmar tampoco por ello que los objetivos de Bolonia fueran mal encaminados pues a nadie se le escapa que la homologación de las titulaciones académicas en toda Europa es algo con más ventajas que inconvenientes.

La convivencia entre grados y licenciaturas hoy por hoy arroja (salvo raras excepciones) un saldo claramente favorable a favor de las contrataciones a licenciados y, por otro lado, la heterogeneidad entre títulos de FP y certificados de profesionalidad, unos otorgados por el Ministerio de Educación y los otros coordinados por el INCUAL y gestionados por los servicios públicos de empleo autonómicos ofrecen en su conjunto un panorama complejo y fragmentado del sistema educativo y el mercado de trabajo, como compleja y fragmentada es también es la sociedad en relación a décadas anteriores, pero no por ello se pueden aventurar juicios precipitados acerca del Plan Bolonia.

La conveniencia sobre conectar el sistema educativo con el mercado de trabajo es algo que no viene de ahora sino que ha ido surgiendo cíclicamente desde que comenzase el proceso Bolonia. El argumento según el cual no se puede dejar en manos de las empresas la determinación de las titulaciones académicas ya que esta tarea debería corresponder en exclusiva al ministerio de educación correspondiente choca con la propia realidad.

George Santayana decía que aquellos que olvidan el pasado están condenados a repetirlo, y efectivamente tras estos planteamientos de corte populista late una desconfianza hacia la iniciativa privada y la empresa como si fuese el enemigo al que hay que combatir. Todo esto no es nada nuevo y se puede terminar convirtiendo en algo peligroso sino se produce el necesario debate y la reflexión serena. No debemos olvidar que este tipo de reacciones no son nuevas, y conviene recordar a aquellos que tienen mala memoria y esperan con nostalgia la celebración del centenario de la revolución de 1917, que una de las primeras cosas que hizo el régimen bolchevique fue abolir el mercado con los consiguientes problemas de desabastecimiento en las ciudades y la batalla por el grano en el campo que dejó sumergida a Rusia en una guerra civil con un saldo de 10 millones de muertos. Obviamente aquello no llegó de la noche a la mañana sino que se debió a un conjunto de causas: la corrupción de los dirigentes, la hambruna por las malas cosechas y las guerras, y el activismo de la intelligentsia rusa que durante años había estado infiltrando en la sociedad el veneno de la lucha de clases y el odio al burgués.

Y es que cuando se junta las crisis económicas y la corrupción de los dirigentes los populismos crecen como setas, y parece que viejos fantasmas ya superados vuelven a resurgir. El balón de oxigeno de una economía que marcha bien en estos momentos no debe hacer pasar por alto amenazas que volverán con más fuerza en la siguiente crisis sino se atajan a su debido tiempo.

No es casualidad que ante una realidad tan compleja y poliédrica, no solo desde el punto de vista social sino también institucional, las empresas se centren cada vez en valorar más las competencias profesionales frente a una sistema de titulación muy disperso y cada vez más devaluado. Pero ello tampoco debe llevar a equívocos porque la titulación académica debe seguir siendo importante y solamente lo será si los partidos políticos tienen suficiente altura de miras para realizar pactos en materia de educación y mercado de trabajo que garanticen que la homologación a la normativa y objetivos europeos no sean papel mojado por una parte, y por otra, más importante aun, asegurar que esos mismos partidos más o menos hegemónicamente tradicionales en su versión progresista o conservadora no se conviertan en una especie de marca blanca de los populismos como ya vemos que está empezando a suceder con los nacionalismos en algunas partes y con la ideología de género en otras, y que empiezan por echar raíces precisamente a través del sistema educativo.

Como decía Donoso Cortes, acaso el filósofo español más internacional y quien estudiase más a fondo las causas de las revoluciones: la insolencia de los ricos sumada a la impaciencia de los pobres son las que traen las alteraciones de la paz y el orden social. Por eso toca también a los partidos políticos (los que tienen la responsabilidad por tener el poder), sean del signo que sean, ser muy responsables y no impacientar más con medidas populistas e irresponsables a aquellos para quienes se supone que trabajan y están a su servicio, los ciudadanos.

José Jaime Barreda. Director de Foremad







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